Hace unas semanas volvía a despertar una vez más el sueño olímpico que, más allá de sus luces y sus sombras, es un símbolo de fraternidad, de unidad entre los pueblos, que se encuentran cada cuatro años para dar vida al lema oficial de los juegos Citius, Altius, Fortis (más rápido, más alto, más fuerte)
En el espíritu de los Juegos Olímpicos, que en la Grecia antigua estaban dedicados a Apolo, late la idea de la superación en la competición, no contra los demás, sino la que se realizaba con uno mismo, contando con el acicate de medirse con los mejores.
Y ese esfuerzo era coronado por la Victoria, como esta que presidía el Frontón este del Partenón de Atenas:
Extraño y bello símbolo de la Victoria.
Muchos lo asociaron con el haber alcanzado una meta o un sueño, pero ella, la Victoria solo aparece si se trata de la culminación del esfuerzo y la constancia, pues de lo contrario bien podría hablarse tan solo de la buena fortuna. Y lo que se esperaba alcanzar en el sueño olímpico era la gloriosa Victoria, aquella asociada al valor y al esfuerzo de superación que sigue a los audaces.
“Donde no hay esfuerzo no hay mérito”, decían los antiguos, y donde no hay mérito no aletea la Victoria
¿Quién no ansía triunfar sobre lo que se propone? ¿quién no aspira a coronar con éxito sus proyectos, sus relaciones o sus sueños?
Muchos son los retos, deseados o no, que afrontamos a lo largo de la vida, pero nunca los culminaremos buscando el camino incierto de la fortuna, pues no está en nuestras manos controlarla. (Dicen que los héroes pedían a la diosa Fortuna únicamente oportunidades para demostrar su valía, pero no la Victoria que solo les pertenecería a ellos)
En cambio, el camino trazado con esfuerzo y constancia, con ilusión y fe en uno mismo, sí nos lleva inexorablemente a la cima donde habita este extraño ser alado, y donde hallaremos la mayor de las coronas, trenzadas por el mismo Apolo, que es la Victoria sobre nosotros mismos
Todos somos Olímpicos.
Sé Feliz
Miguel Angel Padilla