Tras un rostro bello siempre hay una vida, un alma que anhela, sueña, sufre o ríe.
Tras un rostro menos agraciado también
Hago esta reflexión porque la belleza visible que a veces nos cautiva, puede ser solo un fugaz destello de luz congelada, pero que oculta un interior, que, si lo conociéramos, tal vez ensombrecería nuestra sensación estética. Un interior cargado de rencor, crueldad, egoísmo o de simple superficialidad cambia la impronta que deja en nosotros y tal vez ya no nos parecerá tan bello.
Y lo contrario…
¿Cuántas veces nos hemos encontrado con personas poco agraciadas físicamente, pero que, al conocerlas, hemos percibido en ellas una bondad natural, una simpatía y luz interior que al poco tiempo ha cambiado nuestra percepción sobre su aspecto físico y nos parecen más bellas?
La belleza interior cambia nuestra percepción del aspecto exterior, porque nuestra sensación sobre la belleza siempre tiene un componente subjetivo. La belleza no solo son las formas sino la luz que se expresa a través de ellas y que nos habla de la realidad interna que trasluce.
No es extraño que los griegos crearan una palabra que unía Belleza y Bondad “Kalokagathia”, algo así como bellibueno, como diría Emilio Lledó.
Algo de esto me sugiere la escultura de la Vestal Velada (las Vestales eran custodias del fuego) que, aunque no nos muestra su rostro, si insinúa una belleza oculta, una “gracia” interna.
A los pies de esta escultura bien podría figurar esta frase: