Es en el gótico cuando aparece el primer reloj mecánico de nuestra era, (mención aparte merece la conocida máquina griega de Antikitera). El reloj mecánico es la máquina por excelencia, el mecanismo prístino. De este conjunto tosco de ruedas y barras de hierro que compone un reloj gótico derivan, no solamente nuestros modernos cronómetros, sino toda nuestra mecanización presente y futura. Nadie recuerda ya que de este mecanismo primigenio provienen las llaves de las armas de fuego, todos los artilugios movidos por resortes y todos los ingenios que hicieron posible la automatización.
Todos los núcleos de “industrialización” del Renacimiento se desarrollan a partir de una cédula aún gótica: el fabricante de relojes mecánicos. Vamos a tratar de explicar a grandes rasgos el esquema de lo que denominamos reloj mecánico, -el primitivo mecanismo registrador del tiempo -que se ha de mantener inmutable en sus componentes básicos hasta nuestros días.
En primer lugar necesitamos un motor capaz de mover el mecanismo. Estará constituido en primer término cronológico por la fuerza de la gravedad en forma de pesas y posteriormente, por un resorte en los relojes de sobremesa o portátiles. El esfuerzo de estos motores se transmite a una gran rueda dentada (rueda real) y esta a su vez a otras ruedas (rueda coronilla y rueda catalina), de tal manera que el último móvil girará muy deprisa, mientras que el más cercano a la fuerza motriz lo hará muy lentamente. … El funcionamiento pausado y regular del reloj está impuesto por un regulador que representa la norma del tiempo.
Este mecanismo fundamental está compuesto por el escape y el regulador y merece una descripción detallada: El escape de paletas es el primero que se conoce y a pesar de posteriores inventos muy perfeccionados, ha de perdurar en ciertos relojes hasta mediados del siglo XIX. Se compone este escape de un eje o “verga” con dos pequeñas paletas adheridas, formando un ángulo recto entre sí. Estas paletas engranan alternativamente en los dientes de una rueda llamada “corona” o “rueda de encuentro” y popularmente “rueda catalina” en nuestro país, en recuerdo del instrumento utilizado para el suplicio de esta Santa.
La fuerza motriz hace girar la rueda catalina pero el vaivén alternado de las paletas frena su marcha, efectuándose esta por pequeños saltos; es éste girar sincopado el que produce el característico “tic-tac” del reloj y fundamenta todo sistema de escape. Pero éste por sí solo no garantiza la marcha lenta y regular del reloj, ha de ser complementado por un regulador o controlador del tiempo. Los más primitivos están constituidos por un simple volante de vaivén llamado “balancín” o por el “foliot” , que es una barra ranurada provista de pesas regulables en sus extremos. Este sistema va rígidamente acoplado al extremo de la verga del escape de paletas y tiene como misión el imponer cierta frecuencia al reloj. Naturalmente, la esfera horaria de estos relojes dispone de una aguja única; el minutero hará su aparición con el péndulo, en el siglo XVIII.
Todo el mecanismo de un reloj gótico está construido en hierro y contenido en un armazón o jaula sin platinas, del mismo metal. Esto es tan característico de la época, que se conocen también por “relojes de hierro”, o “relojes esqueleto” sin caja. Los encajes de la jaula se aseguran por medio de chavetas y en todo el mecanismo no se encuentra un solo tornillo hasta 1550.