Vida cotidiana en la Antigua Grecia
Gracias a la arqueología, la cerámica y a los textos escritos, podemos llegar a tener una idea de lo que era la vida de los antiguos griegos. Es mucha la distancia temporal la que nos separa, 2500 años de cambio cultural, acentuado por la revolución tecnológica en el último siglo. Aún así, leyendo ciertos textos, nos llegamos a asombrar de las similitudes con nuestro tiempo. El griego de entonces se preocupaba por básicamente las mismas cosas que el hombre actual. Es más, en Grecia fue donde se «inventó» la democracia, lo que significa que en Atenas la política y la vida pública empezó a ser un asunto de buena parte de la población, los ciudadanos -la `polis- no sólo de unas élites cerradas y minoritarias. Eso significa también que conocieron las elecciones, los votos, las campañas…y la demagogia y la corrupción, que ya constituían un quebradero de cabeza para los ciudadanos, como bien reflejan las comedias de Aristófanes.
¿Cómo vivían, pues, los griegos de entonces?
Lo primero es distinguir el campo de la ciudad. La Grecia rural estaba dedicada a la agricultura y ganadería. Por otro lado, hay que recordar que la organización política de la Grecia Clásica, hasta los siglos IV y III a.C. era el de las ciudades-estado (polis) independientes, cada una con su propio gobierno, compartiendo una misma cultura (koiné) , constituyendo alianzas entre unas y otras y a su vez enfrentándose en guerras. Dentro de estas podían existir notables diferencias, por ejemplo entre las dos potencias griegas de la época: Esparta, polis muy militarizada, gobernada por una élite minoritaria-oligarquía, frente a Atenas, centro cultural, artístico y filosófico, con un sistema democrático en el que los ciudadanos (los varones atenienses nacidos libres, hijos de atenienses, y mayores de 31 años) podían elegir y ser elegidos como gobernantes, votar las leyes en la Asamblea y elegir y ser elegidos como jueces.
Hay que diferenciar a su vez los modos de vida de las distintas clases sociales, pues no era lo mismo la vida de un sencillo campesino propietario de un minifundio, que un aristócrata, ni la dura vida del esclavo, ilota o meteco (griego forastero reducido a la servidumbre) que la de un hoplita espartano.
Vamos a centrarnos, pues, en la vida cotidiana de un ciudadano medio ateniense, del tipo que se puede ver ridiculizado en las comedias aristofánicas.
Un día cualquiera
Imaginemos un día cualquiera en Atenas, en la época de Pericles. Nuestro ciudadano se levanta temprano, con el sol. Habita una vivienda modesta, de una sola planta, estructurada en torno a un patio que proporciona luz y ventilación. Es una casa de adobe, con techos de madera, las paredes interiores blanqueadas de cal. Hay pocas habitaciones. Si fuera un ciudadano rico tendría un «androceo«, situado en la parte principal de la casa, junto a la entrada, que constaría de un vestíbulo y un comedor, dando a un patio porticado; es donde se realizaban los simposios, y está dedicado a los hombres (androi) . Las mujeres y los niños estarán relegados al «gineceo«, las habitaciones más alejadas de la entrada, o en l segundo piso, que daban a un jardín . Las mujeres atenienses no participan de los asuntos públicos y sólo se dedican a las tareas domésticas (ayudadas las más ricas por una o varias esclavas) y a la educación de los niños.
Esta casa es una oikós modesta, con pocos muebles: unos divanes y banquetas para comer, unas mesas, baúles para guardar la ropa, lechos para dormir. No había chimeneas, y se calentaban con braseros. La leña era escasa y cara, y a menudo las casas más humildes carecían de cocina, cocinándose al aire libre.
La vivienda refleja la mentalidad griega, volcada hacia el exterior. El hombre griego se centraba en la polis, en la actividad pública, mientras que la casa era el dominio de la mujer, quien se dedicaba a la cocina y a ir al ágora a comprar y vender en el mercado. Los hombres también iban al ágora, el corazón de la polis, pero por otros motivos, pues era donde se realizaba la vida pública. Allí se codeaban las amas de casa, esclavos, ciudadanos, mercaderes, filósofos que se paseaban enseñando…
Volvamos a nuestro ateniense. Una vez puesto en pie con los rayos de Apolo, se viste con un chiton, túnica atada a los hombros con cintas o prendedores, y sujeta con un cinturón. Esta túnica le sirve también de camisón de dormir, y debajo de ella no lleva ropa interior. Encima del chiton se coloca el himation, el manto típico griego, un simple rectángulo de lana que le envolvía el cuerpo sin ninguna sujeción. Los soldados, los caballeros y los efebos portaban la clámide, manto sujeto al hombro.
La mujer se viste con un peplo, una túnica de lana atada a los hombros con fíbulas, y usaba así mismo un manto, con el que se cubría la cabeza a modo de capucha. Las griegas usaban joyas como collares, pulseras, y todo tipo de maquillaje, cremas y perfumes. También se depilaban el vello, con navajas, cera o cremas depilatorias. Los hombres no se afeitaban, se dejaban la barba larga, y se cortaban el pelo, dejando el cabello largo para los niños, quienes al llegar a la efebía-adolescencia- se cortaban el pelo para ofrendárselo a los dioses.
El calzado femenino era más variado que el masculino, que consistía básicamente en zapatos, botas o sandalias. Los zapatos solo se utilizaban en la calle, y las mujeres llevaban una especie de tacones. Otros complementos femeninos eran los abanicos y las sombrillas, que protegían del sol en los días más cálidos.
Una vez vestidos los griegos se lavaban con agua del pozo y tomaban un frugal desayuno (acratismos): un poco de pan con aceite o humedecido en un poco de vino y quizá unas aceitunas o higos para acompañar.
Luego se dirigía al ágora, donde pasaba toda la mañana. Después de un ligero almuerzo, se encaminaba a la barbería, el mentidero de la ciudad, lugar de intercambio de noticias y a los baños públicos, que al igual que después en Roma eran el principal lugar de encuentro , tanto entre los hombres como entre las mujeres, quienes tenían una parte separada para ellas dentro de los baños. Normalmente eran las mujeres de clase baja y media las que iban a los baños, pues las de clases más pudientes gozaban de baños propios en sus viviendas.
La comida más copiosa era la cena o deipnon. A veces se celebraban symposia, festines amenizados con músicos y bailarinas, y que podían desembocar en recitales de poemas o en conversaciones o debates en torno a algún tema, a veces político o filosófico, como los que han quedado inmortalizados en los diálogos de Platón.
Tanto la cena como los banquetes se realizaban con varios platos. La alimentación griega se basaba en la llamada «tríada mediterránea»: cereales, aceite y vino. El pan o torta de trigo y la cebada se llamaba maza, era el alimento esencial de las comidas cotidianas. El más barato era el pan de cebada, acompañando el resto de comidas llamadas opson -verduras, queso, aceitunas, carne, pescado, frutas, etc. En la ciudad las verduras eran escasas y caras, así como la carne, que en las clases más humildes sólo podían tomarse en los sacrificios que acompañaban a las festividades religiosas. Más que la carne, lo más abundante era el pescado: anchoas, sardinas, y algunos moluscos y mariscos, como calamares y sepias.
También tomaban productos lácteos, sobre todo leche y queso de cabra.
El vino era la bebida principal de los griegos, y se solía tomar mezclado con agua. La mezcla se realizaba en la crátera, una copa de cerámica con una boca muy ancha y poco profunda. Se bebía en copas de cerámica o barro y cuencos de metal o madera. La comida se servía en platos y escudillas, a veces también en las maza o tortas de pan. En platos hondos se tomaban sopas y cremas, a veces de legumbres, como lentejas. Para las sopas, cremas y caldos se usaban cucharas, semejantes a las que utilizamos hoy en día, pero no tenían tenedores para los alimentos sólidos, tomando la comida con los dedos, y usando cuchillos para partir la carne.
Al final de la comida se servía el postre, que consistía en fruta fresca o seca, como higos y uvas, nueces, y a veces dulces elaborados con miel.
Y por fin, tras la cena llegaba el momento del descanso, en que un sueño reparador preparaba al ateniense para un nuevo día, comenzando de nuevo el ciclo cotidiano.