Introducción
El hallazgo del Arte Prehistórico
¡Mira, papá, bueyes pintados! Exclamó la niña señalando al techo de la cueva. Su padre, Marcelino Sanz de Sautuola, perteneciente a una familia acomodada de Santander, desde muy joven se había sentido atraído por las Ciencias Naturales y la Arqueología, realizando frecuentes excursiones por cuevas y parajes cántabros. Esta salida en concreto le llevó a visitar una cueva descubierta por un cazador, Modesto Cubillas, en busca de fósiles o hachas de sílex para su colección particular.
Lo que halló superó todas sus expectativas, y, a la vez, le supondría un gran quebradero de cabeza en el futuro.
Efectivamente en aquella cueva llamada de Altamira, había numerosos bueyes magníficamente pintados, con un asombroso realismo. ¿Quién los habría realizado? Para Sautuola, desde el primer momento no existía ninguna duda, atribuyéndolos a los primitivos habitantes de la cueva, como reflejaría en su obra Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander, que vería la luz en 1880, al año siguiente del descubrimiento. Sin embargo, y a pesar del apoyo de algunos investigadores como Juan Vilanova, Catedrático de geología de la Universidad de Madrid, su tesis fue duramente criticada y desacreditada por los expertos de aquel entonces. La idea de que hombres «primitivos», «salvajes, «cavernícolas», pintados como seres bestiales, encorvados, de rostros que reflejaban ignorancia y brutalidad, pudieran ser los autores de aquellas pinturas chocaba radicalmente con el paradigma dominante de una historia lineal en la que el ser humano habría evolucionado de un ser con apenas trazas de inteligencia hasta que al final de la Edad de Piedra, descubrió la agricultura y la ganadería y empezó a construir civilizaciones.
Sanz de Sautuola no pudo ver reconocido el mérito de su descubrimiento. En 1895, siete años después de su muerte, uno de los mayores opositores, Emille Cartailhac, tuvo que reconocer, a raíz de otros hallazgos de pintura parietal prehistórica en diversas cuevas de Francia (Combarelles, La Mouthe y Font-de-Gaume) que , efectivamente, aquellos bueyes que señaló la pequeña María eran obra de hombres del Paleolítico, postura que dejó bien claro en su artículo La grotte d’ Altamira. Mea culpa d’un sceptique, (La gruta de Altamira. Mea culpa de un escéptico), aparecido en la revista L´Antropologie. El cambio de paradigma culminó con la presentación por el ábate Henri Breuil, una de las grandes eminencias de la época, de sus trabajos en el arte parietal en el congreso de 1902.
Se iniciaba, pues, una fructífera etapa repleta de hallazgos que contribuirían a esclarecer el pasado humano, y a plantear numerosos interrogantes que aún son difíciles de responder. ¿Qué querían expresar aquellos primitivos artistas? ¿Tenían alguna funcionalidad mágica o religiosa? ¿Cuándo empezó el hombre a expresar el mundo abstracto de su pensamiento a través del arte?
Cronología, localización y datación
Tradicionalmente se ha dividido la era prehistórica humana en distintas etapas. Una primera diferenciación surgió entre la etapa llamada «de la Piedra Antigua, el Paleolítico, y la de la «Piedra nueva», el Neolítico, caracterizado por el surgimiento de la agricultura, la ganadería y los primeros poblados, con una etapa de transición entre ambas eras, el Mesolítico. La cronología varía también según el área estudiada. Normalmente se establece el gozne entre el Paleolítico y el Neolítico al final de la última glaciación de Würm, hace unos 12.000 años, momento en el que se inició el cambio climático que pondría fin a la Edad de Hielo dando paso a la etapa de clima cálido y templado actual.
El paleolítico se divide a su vez en tres grandes etapas. El Paleolítico Inferior engloba el surgimiento del género Homo en África y la aparición de las primeras herramientas de piedra, así como la expansión por los tres continentes y la consiguiente extensión de la fabricación de herramientas líticas, con el surgimiento de estilos como el llamado achelense, elaborado por el Homo Erectus, y cuyo mayor representante sería el hacha bifaz . esta etapa daría paso, hace unos 127.000 años al Paleolítico Medio, y al estilo musteriense, vinculado a la especie del Homo Sapiens Neanderthalensis, en el que se observan los primeros indicios de un mundo de creencias religiosas y abstractas, como el que se reflejarían en los primeros enterramientos realizados ex profeso y en los que se hallaron restos de ocre (polvo de hematita), hierbas aromáticas y flores, aparentemente depositados a propósito quizás como ofrenda; así como adornos y unas estructuras de piedra excavadas en la pared de una cueva francesa (Regordou) donde se hallaron cráneos de oso de las cavernas, identificándose con una primera manifestación de un culto religioso totémico.
El hombre de Neanderthal se extinguió alrededor de hace 30.000 años, habiendo convivido durante decenas de miles de años con su sucesor, el Homo Sapiens Sapiens, es decir, el hombre actual.
El paleolítico superior será, pues, el escenario en el que nuestros antepasados desarrollaron las primeras manifestaciones artísticas, en las que se vislumbra un desconocido mundo de representaciones abstractas y simbólicas.
Arte mobiliario
Las primeras manifestaciones artísticas datadas pertenecen al denominado arte mueble o arte mobiliario, referido a objetos que se pueden trasladar de un lugar a otro. A esta categoría pertenecen los llamados «bastones de mando» y las famosas «venus».
Bastones de mando
Son palos o astas perforados con un gran agujero y decorados. Se denominaron en un primer momento como «bastones de mando», creyendo que su función era la de servir de símbolo de poder. Sin embargo, actualmente los arqueólogos se decantan más bien por dos hipótesis: la más extendida, que se trata de una azagaya o atlatl, es decir, un propulsor o lanzador de venablos. De hecho, arqueólogos experimentales han reproducido estos bastones y han comprobado que, efectivamente, pueden ser usados como lanza venablos. La otra hipótesis, que en principio no tendría que entrar en conflicto con la anterior, es que se trataría de un alisador de lanzas y venablos.
Sea lo que fuere, lo cierto es que aparecen a menudo decorados con imágenes de animales, y a veces humanas , adaptándolos a veces a la forma del objeto. Suelen ser venados, ciervos, también aparecen toros salvajes, caballos, etc. Uno de los más famosos es el bastón perforado de la Cueva del Castillo (Puente Viesgo, Santander), en el que aparece un ciervo esquemático.
Las «venus»
Las llamadas «venus» son el ejemplo más conocido y enigmático del arte mueble paleolítico. Este nombre se le dio a diversas estatuillas de piedra o arcilla que representaban figuras femeninas desnudas y frecuentemente obesas, con sus atributos sexuales bien destacados. Se asoció en un primer momento con un supuesto ideal de belleza femenino de la época, aunque actualmente esta teoría ha quedado en entredicho, siendo la más aceptada la que interpretan estas «venus» como representaciones asociadas al culto de la fertilidad y la Diosa Madre.
La más famosa es sin duda la de Willendorf, con la cabeza sin rostro cubierta con una especie de bucles y sus generosas formas potenciando la imagen de la mujer como dadora de vida. Es muy conocida también la de Laussel, que a diferencia de las demás no es una escultura de busto redondo sino un bajorrelieve, y que representa a una mujer de cabello largo, que le cae por la espalda, y que sostiene en la mano derecha una forma de media luna, quizá un cuerno (¿posiblemente una representación de la luna?).
Otra de las más famosas es también una de las más antiguas y de las primeras que se hallaron. Es la «venus de Brassempuy», datada entre el 29.000 y el 24.000 A.P. (antes del presente). Sólo se ha conservado la cabeza y el cuello, y la diferencian de las demás venus la aparición de unos rasgos faciales esquemáticos, apenas el arco supra orbital y una nariz, constituyendo el primer retrato conocido de un ser humano. Su peinado es semejante al del arte arcaico griego, con el pelo dividido en trenzas o tirabuzones.
Otros ejemplos significativos son la Venus de Dolnì Vestonice, (República Checa) la de Savignano (Italia) la de Lempuy y Lespugue (Francia). Curiosamente, no se han descubierto aún ningún ejemplo en la Península Ibérica.
Arte parietal
El arte parietal es el de los mejores conocidos ejemplos del arte paleolítico. También es el más enigmático y el que más misterios encierra, sobre todo en cuanto a su finalidad. Uno de los puntos que más llama la atención es su desafío a las teorías «evolucionistas» si se intentaran aplicar al arte. Estas teorías atribuían las representaciones más simples, esquemáticas y «primitivas » a las primeras etapas «formativas» del arte paleolítico. Curiosamente, y al igual que con el megalitismo, ocurre lo contrario: las formas más elaboradas y realistas pertenecen a etapas más tempranas, y las más esquemáticas a los periodos más recientes.
De la primera época los animales más representados son los bisontes, caballos, ciervos, renos y mamuts. Predominan los tonos marrones, rojos y negros. Depende de la muestra las figuras se coloreaban o se dibujaba solamente la silueta. En ciertas ocasiones se aprovecha el relieve de la roca para realizar el dibujo, creando un efecto en tres dimensiones.
Suelen aparecer en lugares profundos de las cuevas, por lo que tenían que adentrarse expresamente en el interior de las cuevas para realizar la pintura y alumbrarse con algún tipo de lámparas de piedra.
Los pigmentos eran de origen vegetal, mezclándose con carbón (para el negro) y con grasa animal que funcionaba a modo de aglutinante. En algunas cuevas han aparecido las superficies donde se realizaban las mezclas, que se aplicaban bien con los propios dedos o usando palos como pinceles. Hay un tipo muy característico de pintura de manos en negativo, que aparece en todo el mundo (y en todas las épocas, pues los aborígenes australianos han continuado aplicándolo).en este tipo de pintura rupestre el artista posaba la mano en la pared y soplaba los pigmentos con una caña a modo de aerosol.
Altamira constituye el culmen del arte paleolítico, llamándosele la «Capilla Sixtina» del arte prehistórico. Su datación es complicada, debido a la dificultad de extraer muestras datables en Carbono 14 y a la contaminación de dichas muestras. Se establece que fue utilizada en varios periodos que abarcaron entre hace 35.500y 13.000 años. La sala principal es la Sala de los polícromos o de los bisontes, en la que se aprovecharon los entrantes y salientes de la roca de la pared para darle volumen a las figuras, que representan una gran manada de bisontes europeos. Son estos los animales más representados en la cueva, junto con otros animales como el caballo ocre, en uno de los extremos de la bóveda; y la Gran Cierva. Los bisontes son representados con gran realismo, en distintas posturas, destacando el «bisonte encogido», y con un buen tratamiento del color y de la forma, acentuados por el pigmento rojo realizado con polvo de hematites.
Otro ejemplo excepcional es Lascaux, en la Dordoña francesa. Descubierta en 1940, destacan las representaciones de caballos y de toros. Se puede apreciar cierta diferencia de estilos en las representaciones: por un lado, los caballos policromados al «estilo» de Altamira, de color negro o de color rojo resaltando con negro las crines, cabezas, colas y patas. Por otro, los toros silueteados de negro, con puntos en el cuerpo y en la cabeza.
Parece que el arte paleolítico se preocupó en la inmensa mayoría de las veces por representar realísticamente a animales, mientras que las figuras humanas, cuando aparecen, son de forma esquemática, apenas un palo para representar el cuerpo, cuatro más pequeños para las piernas y brazos, y a veces representaciones de arcos, flechas y lanzas.
Una excepción notable a esto serían los «hechiceros», figuras en las que se mezclan rasgos humanos y características animales, identificándose con prácticas chamánicas de unión entre estos chamanes y ciertos espíritus animales. Uno de los mejores ejemplos sería el hechicero danzante de las Cuevas de Trois Frères, (Francia): un hombre barbado, con ojos de búho, cuernos de ciervo y cola de caballo, en posición encorvada, como si le hubieran sorprendido en mitad del proceso de transformación. Otro ejemplo de la misma cueva representa a un toro en posición bípeda, con algo que parece un bastón o arco, y que se hallaba ante una manada de toros. Todos estos ejemplos son usados por los partidarios de la tesis sobre la función mágico-chamánica y ritualista de estas pinturas, realizando una comparativa entre estas pinturas y las que realizan pueblos «primitivos» actuales como los aborígenes australianos, que a día de hoy han conservado en mejor o peor forma los rituales y mitos que sus antepasados han guardado y transmitido durante cuatro decenas de miles de años.
Según esta teoría, pues, los pintores eran a un tiempo artistas y chamanes, y realizarían esas pinturas inducidos por algún trance. Eso ayuda a explicar el que en numerosos ejemplos aparezcan entremezclados y superpuestos, achacándolos a que en cada «sesión» chamánica el sacerdote-artista ejecutaba nuevas pinturas sobre las anteriores. Sobre el significado de los ritos, se especula con que fueran maga de tipo propiciatorio, esto es, para propiciar la caza de los animales representados en las cuevas, a través de la ley de la simpatía (los semejante atrae a lo semejante).
Otra de las teorías, difícil de corroborar, sería la del simbolismo astral. Es decir, las distintas figuras animales representarían constelaciones observadas. Es muy complicado comprobar su veracidad, aunque algunos investigadores han ido tras la pista de ciertos puntos en la cara de un toro en Lascaux y que supuestamente sería una imagen de las Pléyades.
Sea como fuere, lo cierto es que el arte parietal del Paleolítico asombra al espectador contemporáneo por su modernidad y su realismo. No se puede negar que aquellos hombres, que apenas se diferenciaban en su aspecto de nosotros, también deberían haber poseído las mismas capacidades cognitivas y habrían desarrollado el pensamiento abstracto y simbólico. No es de extrañar que volvieran los ojos al cielo y se preguntaran acerca de su origen y su finalidad, acerca de la vida y de la muerte como tránsito hacia otro lugar, y que inventaran los primeros ritos y ceremonias. Por desgracia, apenas quedan restos de aquellos seres humanos, y al no existir aún sistemas de escritura que reflejaran por escrito su mentalidad y costumbres, solo nos queda hacer conjeturas sobre los que movieron a estos «cavernícolas» a pintar aquellos bueyes que tanto impresionaron a la pequeña María.
Cristina Díaz
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