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Las artes menores en Grecia. Salomón Reinach. (APOLO, Historia general de las artes plásticas)

Carácter artístico que tienen los objetos industriales de la Grecia antigua.- Importancia de los mismos, por su calidad y cantidad, para el conocimiento del arte griego.- Orfebrería.- Los tesoros del Hildesheim, Bernay y Boscoreale.- Pinturas griegas.- Las Nozze Aldobrandini.- Mosaicos y frescos.- Retratos egipcios del periodo greco-romano.- Vasos griegos: vasos dipylianos, corintios y etruscos.- Lekytos.- Expansión de la industria ceramista.- Preponderancia que esta adquiere en la Italia meridional.- Principales tipos de vasos griegos.- Figulinas de Tanagra y Mirina.- Entalles y camafeos.- Cuños.

Cerámica
Cerámica griega. 14 cm. (Ver)

El artesano griego tendía, naturalmente, a realizar un trabajo eminentemente artístico. Ya se tratara de adornar un vaso, un trípode o un espejo, modelar una figulina, grabar un sello o un cuño monetario, ejecutaba el artesano su trabajo con el deseo instintivo de agradar al espíritu y alegrar los ojos. Aun en los trabajos más humildes mostrábase como imitador, y a veces hasta émulo, de los grandes artistas de su tiempo. A este propósito bien puede decirse que no hay diferencia esencial en Grecia entre el gran arte y el arte industrial, puesto que, lo mismo los artistas que los artesanos, buscaban su inspiración en las mismas fuentes y daban prueba de la misma seguridad y delicadeza de buen gusto.

Los monumentos del gran arte son, desgraciadamente, poco numerosos y están casi todos mutilados, puesto que de ordinario se encontraban en la superficie del suelo, y la mayoría han sido destruidos o deteriorados. Por esto a penas si poseemos cincuenta estatuas antiguas en bronce (me refiero a las de tamaño natural), y de éstas casi no hay quince cuya antigüedad pueda remontarse hasta la época griega. En cambio, los monumentos de las artes menores eran frecuentemente enterrados con los cadáveres; encuéntraseles en grandes cantidades en las tumbas, y muy a menudo en el mismo estado en que los depositaron allí los antiguos. Para no citar más que algunos ejemplos, las grandes tumbas de Crimea y de Etruria han suministrado joyas de oro, de una belleza de ejecución verdaderamente incomparable; las necrópolis del Asia Menor, Grecia, Rusia meridional, Etruria y Tripolitania nos han suministrado millares de vasos pintados, figurillas de barro cocido, vidrios y piedras grabadas, que sirvieron de sellos. Asimismo los bronces pequeños se han librado, mejor que las grandes estatuas de metal, de las múltiples causas de destrucción de que están amenazados siempre lós objetos de metales caros. Esos bronces, estatuillas o relieves, nos han hecho conocer muchos motivos de la gran estatuaria, que, sin ellos, no habrían llegado hasta nosotros, si bien la mayoría de aquellos no son copias, toda vez que fueron concebidos para su ejecución en tamaño reducido. Por último, las piedras grabadas o gemas, gracias a su abundancia y relativa pequeñez, se han conservado a millares y proporcionan a la historia del arte materiales tan precisos como abundantes.

Dejando aparte las joyas -collares, brazaletes y pendientes- que han sido recogidas en las tumbas, nuestros Museos poseen magníficos vasos en plata repujada y cincelada, que la casualidad ha preservado de la avidez insana de los hombres; ya porque fueron sepultados en el centro de enormes túmulos, difíciles de explorar (vasos de Crimea, en el Hermitage de San Petersburgo); ya porque formaban el tesoro de templos o de particulares, escondidos cuidadosamente en la época de las invasiones bárbaras por sus guardianes o por sus poseedores (vasos de Hildesheim en Hannover, en el Museo de Berlín; de Berthouville en el Eure, en el Gabinete de Medallas de París); ya, por último, porque fueron perdidos durante una batalla. Una admirable colección de vasos y de objetos de plata, cedidos por M.E. de Rothschild al Museo del Louvre, fue descubierta bajo las cenizas del Vesubio en Boscoreale, cerca de Pompeya. Los vasos antiguos de metal hallábanse con frecuencia decorados con placas en relieves, fundidas y cinceladas aparte, por lo que, ofreciendo más resistencias a las acciones químicas que los vasos mismos, han podido llegar aquellas decoraciones hasta nosotros.

greciaLas grandes obras de la pintura antigua han desaparecido: Polignoto, Zeuxis, Parrhasios y Apeles apenas si son para nosotros otra cosa que nombres. El mejor fresco que puede citarse, la escena nupcial llamada Nozze Aldobrandine, en el Vaticano, tan admirada por Poussin, deja adivinar la grandiosidad de lo que se ha perdido, pues sólo es este fresco el reflejo de una hermosa obra. Lo mismo puede decirse de los mosaicos, imitaciones un tanto groseras de la pintura, hechas con ayuda de cubos de piedra multicolores y que ornaban, sobre todo en la época romana, los pisos, y algunas veces los muros de las habitaciones. Uno de los mosaicos más hermosos que se conocen representa la batalla de Issus (en Nápoles), y al parecer, es -lo mismo que muchas de las obras de este género- copia de una pintura ejecutada en Alejandría. Los numerosos frescos descubiertos en Pompeya, Herculano, Roma y Egipto son, en su mayoría, obras decorativas de escaso valor, y todas ellas, además, posteriores a la época griega. El Egipto ha suministrado una serie de buenos retratos realistas, pertenecientes a los primeros siglos del Imperio romano, y constituyen preciosos modelos de la pintura a la cera (encáustica). Pero, en defecto de las obras de Polignoto o de Micon, poseemos los vasos pintados de su época, inspirados por su estilo y por los motivos decorativos que crearon esos maestros. El Louvre posee la colección más rica y quizá la mejor clasificada de cuantas existen en el mundo; bastarán algunas palabras para indicar las divisiones esenciales de la cerámica griega.

Anteriormente nos ocupamos de los vasos micenianos (1600 a 1100 antes de Jesucristo), cuyo decorado está caracterizado por una aversión a la línea recta, dominando el ornamento vegetal y la fauna marina. Del año 1100 al 750, próximamente, reina, o mejor dicho, reaparece el estilo geométrico, es decir, una decoración compuesta de círculos aislados o concéntricos, de líneas rotas, cruzadas, paraletas o variadamente entrelazadas. En los vasos de este género, los personajes y los animales mismos afectan tipos estilizados; las líneas, infinitamente variadas y sinuosas de la naturaleza, toman todas un carácter geométrico. La serie más interesante de esos vasos, en los que figuran batallas navales y cortejos funerarios, proceden del cementerio ateniense del Dypilon (la doble puerta); de donde les proviene el nombre de vasos dipylianos con que son conocidos. Hacia el año 750 aparece un nuevo estilo, caracterizado por una ornamentación desarrollada en zonas sobrepuestas, que recuerda las de los tapices orientales; llámanse a esos vasos corintios. El fondo es amarillo claro; las figuras son negras, con realces blancos y violetas. Por último, hacia el año 600 comienza en la cerámica griega el tipo de ornamentación con figuras negras sobre fondo rojo, que dura hasta el año 500 próximamente, fecha en la que, poco a poco, aparece un nuevo estilo, consistente en pintar las figuras de rojo sobre fondo negro. Estas dos especies de vasos califícanse comúnmente con el nombre de etruscos, por haberse encontrado grandes cantidades de los mismos en las tumbas de la Etruria, si bien esta designación es inexacta, toda vez que los vasos fabricados, al menos en el siglo V, eran de Atenas, y todos los del buen estilo descubiertos en la Etruria son de procedencia ateniense. El estilo de los vasos con figuras negras es arcaico, pero atestigua ya una grande y notable seguridad en el dibujo. Entre los vasos con figuras rojas que Atenas produjo en gran cantidad, del año 500 al 400, y que siguieron aún fabricándose en el siglo IV, hay obras maestras, firmadas por alfareros o pintores; tres, al menos, de esos artistas -Eufronios, Duris y Brigos- merecen ser generalmente conocidos.

grecia
Lecito. Cerámica griega. 22 cm. (Ver)

Una de las clases más interesantes de vasos atenienses la forman los lekytos, de fondo blanco con figuras policromas, fabricados especialmente para ser depositados en las tumbas. Los asuntos se relacionan, en la mayoría de ellos, con el culto de los muertos. Hay en esas obras de cerámica dibujos de una delicadeza tal, que no han sido, aun hoy día, superados; por ejemplo, la escena en que Hipnos (el Sueño) y Tanatos (la Muerte), en presencia de Hermes (Mercurio), llevan, con gran expresión de ternura, una joven a la tumba.

Después de la guerra del Peloponeso, Atenas dejó de ser el centro exclusivo de la fabricación de vasos; grandes talleres se establecieron en la Italia meridional. Allí es en donde se modelaron y pintaron los vasos enormes que llaman la atención del visitante desde que entra en los Museos, si bien esas pinturas son, frecuentemente, muy mediocres. El Ánfora de Canosa, es sin embargo muy bella; ejecutada esa pintura en un ánfora de grandes dimensiones, que se conserva en el Museo de Munich, representa el mundo infernal, asunto tratado con bastante frecuencia en esa época (hacia el año 350), pero muy raro en el período más esplendente del arte de la cerámica.

La fabricación de los vasos con figuras rojas cesó también en Italia hacia el año 280 antes de Jesucristo; fueron reemplazados por otros con fondo negro o rojo ornados de relieves, y que constituyen verdaderas imitaciones de los vasos de metal. Los relieves se obtenían por medio de moldes, pudiéndose así multiplicar fácilmente los ejemplares; esto fue un trabajo industrial en el sentido moderno de la palabra, más que un trabajo artístico. En la cerámica pintada quizá no hay un solo ejemplo de dos vasos absolutamente idénticos; los obreros atenienses tenían horror a la copia servil, y no trabajaban con ayuda de patrones o estarcidos.

Los tipos de vasos griegos son muy variados, una imagen de conjunto bastará para dar a conocer los principales. Los nombres antiguos de la mayoría de ellos nos son desconocidos, designándolos por medio de números en los tratados de cerámica.

Más atractivo es aún el estudio de las figulinas, que los griegos no cesaron de modelar desde los tiempos micenianos. Nos dejaron todo un pueblo de estatuillas, representando dioses y diosas, héroes y genios, hombres y mujeres, en las ocupaciones o placeres éstos, de la vida familiar; caricaturas, animales y copias reducidas de estatuas célebres. Además de estas estatuillas, hay bajo-relieves, que frecuentemente servían para decorar templos y casas. Casi todas las ciudades y muchas necrópolis antiguas han suministrado barros cocidos; eran éstas las obras de arte menos costosas y a la vez eran las que se escogían con más predilección para servir de exvoto a los dioses o para proporcionar compañía a los difuntos. Bajo ese punto de vista, las dos necrópolis más célebres son la de Tanagra, en la Beocia, y la de Mirina, en el Asia Menor (entre Esmirna y Pérgamo). En Tanagra existían figulinas de todas las épocas, pero las más hermosas, las de fines del siglo IV, reflejan la influencia de Praxíteles. Son esas obras, sobre todo, mujeres cubiertas con largas vestiduras; frecuentemente llevan sombreros y abanicos, teniendo una coquetería y una gracia verdaderamente encantadoras. En Mirina, las más hermosas figulinas son posteriores a la época de Alejandro, y presentan un carácter muy diferente a las primeras. Esta necrópolis ha suministrado figuras de mujeres y de efebos en gran abundancia, vestidos o desnudos, ejecutando juegos, cabriolas o movimientos violentos. Hay en esas obras un eco de las escuelas asiáticas de escultura, apasionadas por el movimiento y la vida exuberante, a las cuales debemos el friso del gran altar de Pérgamo. También el arte alejandrino, con su gusto por las escenas familiares y las caricaturas, ha ejercido una influencia manifiesta sobre los espirituales coroplastas de Mirina. Ningún Museo se presta mejor que el del Louvre para el estudio de los barros cocidos antiguos, en el que las series de Esmirna, Chipre, Rodas, de la Italia y de la Cirenaica, están ricamente representadas al lado de las de Tanagra y Mirina.

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Tanagra. Venus descalzándose. 27 cm. (Ver)

Desde la época miceniana, el grabado sobre piedras duras era practicado en todo el mundo griego. Conócense centenares de piedras grabadas de estilo minoano y miceniano, descubiertas especialmente en las islas del Archipiélago. Esas piedras servían de sellos, habiéndose encontrado hasta improntas de ellas en tablillas de barro cocido. Las piedras grabadas en hueco se llaman entalles, distinguiéndose de los camafeos en que las imágenes de éstos son en relieve, no sirviendo para sellos, sino usándose como joyas.

De todos los objetos antiguos, las piedras grabadas son los únicos que han llegado hasta nosotros en el mismo estado que tenían cuando los antiguos las usaban. Poseemos entalles de todas las épocas del arte, en los que se puede seguirse la sucesión de estilos y la influencia de las grandes escuelas de escultura. Entre tantas gemas, que son verdaderas obras maestras, es sumamente difícil escoger un ejemplo.

La moda de los camafeos tallados en sardónica de varias capas comenzó en la época de Alejandro y duró hasta el siglo IV del Imperio Romano. El camafeo más grande que se conoce representa la apoteosis de Tiberio, y se conserva en el Gabinete de Medallas de París. Los dos más hermosos, en los que están reunidos los retratos de Ptolomeo Filadelfo y de su mujer, pertenecen a los Museos de Viena y de San Petersburgo. Esos maravillosos camafeos datan, indudablemente, del siglo III antes de Jesucristo; deben tenerse entre las obras maestras más perfectas del arte, y jamás han sido igualadas por los modernos.

Si el arte de grabar los sellos es muy antiguo, el de acuñar las monedas es relativamente reciente: ni Asiria ni Egipto lo conocieron. Las monedas griegas más antiguas son del siglo VII, y fueron fabricadas en la costa de Asia, y sólo a partir del siglo V es cuando llegan a ser verdaderas obras de arte bajo la influencia de Fidias. Pero en esto no es Atenas la que puede reivindicar la supremacía. Las monedas más hermosas fueron acuñadas en Sicilia, en donde grabadores de genio, como Eveneto y Cimón, firmaron frecuentemente sus obras. Las incomparables monedas sicilianas, acuñadas en la segunda mitad del siglo V, atestiguan la superioridad del arte griego en el mismo concepto que el Hermes de Praxíteles y la Venus de Milo: el perfil de la ninfa Aretusa es quizá la cabeza griega más exquisita que hoy conocemos. Indudablemente existen hoy día monedas de acuñación moderna, como las libras inglesas, con la efigie de San Jorge y la encantadora Sembradora de Roty; pero la superioridad de los griegos en ese aspecto del arte es incontestable y obedece, en parte, a una causa completamente material. Las monedas modernas, acuñadas por medio de troquel y destinadas a ser apiladas, son planas, desprovistas de acentuación enérgica en el modelado; las antiguas eran siempre más o menos globulosas, lo que permitía acusar mucho mejor la imagen y darle más relieve.​

No he pretendido pasar revista a los productos infinitamente variados de la industria griega, sino únicamente señalar el interés grande que tienen para la historia general del arte. Aquellos que estén persuadidos de esta verdad, encontrarán en los Museos enseñanzas y satisfacciones que frecuentemente escaparán a los demás, y podrán darse cuenta de que la materia y las dimensiones de las obras importan poco: que el estilo es lo esencial, y que el genio griego ha dejado impresa su huella en todo lo que ha salido de manos de un obrero de ese pueblo.

‘ En el centro está la novia coronada, conversando con la diosa de la Persuasión (Peitho); el novio está sentado, en el umbral de la habitación. Al lado de la diosa otra mujer medio desnuda sostiene una patera con aceite. A la izquierda, los preparativos para el baño; a la derecha, la celebración de un sacrificio. Esta pintura fue descubierta en Roma el año 1605, y perteneció al principio al Cardenal Aldobrandini; de aquí el nombre con que se la conoce aun hoy día.

‘ La cerámica decorada geométricamente fue fabricada antes de la época miceniana, no sólo en Grecia, sino en toda Europa, cuyo estilo persistió hasta la época del Imperio romano, y aun más allá de él.

Salomón Reinach. (APOLO, Historia general de las artes plásticas)

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