Hoy, la sensibilidad estética ha quedado relegada como algo secundario y sin importancia. Tanto es así, que ante una obra de arte, el hombre materialista, cerrado en su propia ceguera, no va a percibir la belleza que pueda expresarse en ella o el mensaje que pueda encerrar, sino cuanto vale en el mercado o el reconocimiento y prestigio del autor.
Cuantas veces se repite aquella anécdota de Picaso, ante un cuadro de un principiante. -A esa obra le falta aun algo para ser buena,- le decía; -¿qué maestro, que le falta? – le falta mi firma y será una gran obra de arte- contestó
Un artista no es la firma. Su obra tiene que ser capaz de conmover por sí misma. La obra de arte debe de tener vida propia, tiene que ser capaz de desgajarse de su autor.
Pocos nombres de autores han llegado a nuestros días, desde aquellos tiempos lejanos donde se alzaron templos a la armonía y la belleza. Sin embargo, sus obras, desde Egipto a Grecia, desde India a América siguen conduciendo nuestras conciencias hacia regiones elevadas de la mano de lo Bello. Como máximo encontramos la firma simbólica como marca de una cofradía, o un nombre secreto.
La obra no nacía para gloria de su autor, sino que en su transmutación a través de la creación artística estaba su Gloria. Era algo que le trascendía porque encarnaba aquello que estaba más allá de él, habiendo podido vislumbrarlo dándole forma en el mundo sensible.
En cada acto creador el artista funde su forma personal con la fuerza del Demiurgo, reproduce el Poder de la creación armónica del Universo, en la medida en que despierta ese mismo poder en sí mismo. De ahí que la forma quiera reflejar su nombre secreto, el del Dios interior, y no la personalidad con que se asoma a este mundo.
El arte realmente es creación y aunque no pueda definirse únicamente como acto creativo, el arte se expresa a través de la capacidad de manejar la materia, de poder hacer que ésta responda a la propia voluntad para que hacer que encarne en ella lo que concibe la mente del autor
Cuando hablamos de materia nos que referirnos a toda estructura capaz de ser percibida, es decir a la materia como extensión de la forma. Así, la música, aunque se aleja de la materia densa, responde a formas puras, a estructuras sutiles creadas a partir de relaciones proporcionadas y armónicas. En la música, a las proporciones de espacio (sonidos) se unen los de tiempo, dando lugar a algo vivo, en movimiento.
De alguna manera, y han habido muchos filósofos que lo han mencionado a lo largo de la Historia, el hombre por medio de su capacidad creadora ha tratado de asemejarse a la función creadora de la Divinidad, del Logos o Inteligencia cósmica. Cuando el hombre intenta crear, no hace sino imitar ese mismo proceso creativo que utilizaría el Demiurgo o arquitecto Universal a la hora de construir las formas sobre las que se ha de asentar la vida.
Toda obra de arte, sea arquitectura, música, pintura, poesía, etc., es un modo particular de reproducir la creación del Mundo, ese proceso cosmogónico donde el caos, la materia primordial va a ser ordenada por el Teos, la mente del artista, haciendo emanar la Idea, el arquetipo, dando lugar a un Cosmos: la obra de arte.
Siguiendo con este patrón universal, el acto creativo se apoya entonces en el poder de manejar la forma. La forma es en esencia una estructura, una combinación de líneas de tensión combinadas en diferentes proporciones, a través de la cual puede circular una energía, puede expresarse la vida o llegar a manifestarse una idea. (la estructuras son para ser habitadas). Esto puede verse muy bien en una catedral gótica o en una composición musical.
Por lo tanto, toda forma necesita un “aliento” como esencia que la anime y le de vida. El arte se manifiesta entonces, como un acto de recreación de lo invisible en lo sensible a través del cauce de la belleza
La creación implica síntesis por lo que la mente puramente analítica jamás podrá crear. Una obra no es la suma de pinceladas, gestos o sonidos, la obra está más allá, preexiste en la mente del artista y aunque se exprese en formas jamás es generada por ellas.
El proceso creativo será entonces unir materia, forma y esencia. El artista tendrá que dominar la materia, percibir y conocer la forma y canalizar ese “aliento”. Debe ser en cierto modo un técnico, un filósofo y un mago, para recorrer el camino que le ha de llevar de artesano a artista y de artista a genio
Este proceso exige de una gran voluntad y constancia para dominar la materia, de una mente clara para ver las formas esenciales y conocer los efectos que inducen, así como de una capacidad de elevación que nos permita ser el canal de inspiración.
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Extraido del libro “El arte y la Belleza“: