Cuando se trata de elegir estatuas o figuras para decorar nuestro jardín no resulta fácil por la gran variedad de temas y modelos existentes.
Las esculturas de inspiración clásica siempre dan un toque de distinción a cualquier espacio, pero cuando se trata de un jardín, este se transforma en un lugar mágico, capaz de transportarnos a otras épocas y estados de conciencia. Bellas estatuas de diosas como Venus y Diana pueden acompañarnos y conducirnos a un estado de contemplación cuando las descubrimos entre la vegetación, durante nuestros paseos, o cuando nos sentamos en un rincón especialmente tranquilo y sereno.
Estas tres esculturas que presentamos hoy son ideales para la decoración de espacios en exterior como jardines y terrazas. Se trata de tres estatuas que reproducen, en tamaño casi real, esculturas griegas y romanas: la icónica Venus de Milo, la Venus de Frejus y la Diana de Gabies, estas dos últimas no tan conocidas y populares quizás como la primera, pero que resultan igual de sugerentes.
Comenzamos por la famosa Venus de Milo, cuyo torso sin brazos ha inspirado a multitud de artistas, convirtiéndose en todo un icono del arte Pop por artistas de los dos últimos siglos como Andy Warhol, y pasando al imaginario popular, sin perder su estatus como una de las imágenes de la Belleza del Arte Clásico griego.
Conocida también como Afrodita de Milos, por la isla griega donde fue hallada en el año 1820, por un campesino llamado Yórgos Kendrotás. Fue vendida a Francia y llevada al Louvre, en donde aún puede contemplarse. No se conoce quién fue el autor de esta estatua, pero se suele atribuir al escultor Alejandro de Antioquía, encuadrándose en cuanto al estilo en un helenismo final que se caracterizaba por el retorno a los modelos clásicos de los siglos V y IV a.C., inspirándose el autor posiblemente en una obra de Lisipo, la Afrodita de Capua.
Quedará siempre como un misterio la posición original de los brazos perdidos de la Venus.
En el año 1650 se descubrió en la localidad francesa de Fréjus una estatua de Venus de 1,64 metros de altura, que hoy podemos admirar en el Museo del Louvre. Se trataba de una copia romana del siglo I de una famosa escultura griega de bronce del siglo V a.C. realizada por el artista ateniense Calímaco, y que según la descripción por el escritor romano Plinio en su Historia Natural fue representada sujetando la manzana del Juicio de Paris en una mano y con la otra en actitud de cubrirse la cabeza con el manto o chitón.
Tras atribuir Julio César la ascendencia de su familia Julia a la diosa Venus, el culto a esta diosa se extendió especialmente como protectora de la primera dinastía imperial y de la propia Roma, y se multiplicaron las copias de estatuas originales griegas de Afrodita, destinándose tanto para su culto en los templos dedicados a ella como para adornar los jardines de los palacios y villas de los romanos adinerados.
Por último traemos a nuestros jardines la figura de la Diana de Gabies o Gabios, denominada así por la localidad en la que se halló, en las propiedades del príncipe Borghese, de cuya colección formó parte hasta que en el año 1807 fue vendida a Napoleón. En el año 1820 la escultura fue trasladada al Louvre en donde actualmente podemos disfrutar de su contemplación.
Algunos la atribuyen a Praxíteles, y aunque se identifica en ella el estilo propio del escultor ateniense, se suele enmarcar dentro de la corriente helenística. Artemisa, diosa lunar, de la naturaleza virgen y la caza, se muestra ataviándose con un manto o chitón corto, típica vestimenta con la que aparece en otras representaciones como la Diana de Versalles.
Estas tres estatuas, estas diosas, parecen invitarnos a disfrutar de su contemplación, más cuando se las rodea de elementos naturales. Un jardín, cuando es habitado por estas figuras, por obras del arte universal, se convierte en un lugar especial lleno de armonía, en un rincón iluminado por la Belleza. Quizás por ese motivo han sido utilizadas como esculturas para decorar jardines desde la antigua Grecia, en patios romanos o en jardines neoclásicos y románticos de los siglos XVIII y XIX.