El inmortal don Quijote y su escudero Sancho Panza, son fácilmente reconocibles: sabemos perfectamente quiénes son cuando vemos la imagen de un caballero delgado con un extraño casco a lomo de un caballo famélico y un labriego sobre un asno. La triste figura del hidalgo manchego ha trascendido el tiempo y el espacio, influyendo en la literatura, la música, las artes plásticas, hasta el cine o los musicales de Broadway. Cuatro siglos después de la publicación de las dos partes de la novela, su imagen icónica nos sigue acompañando en la actualidad.
El ilustre hidalgo Don Quijote de la Mancha es la obra maestra del escritor Miguel de Cervantes, y por extensión, de la literatura española. Esta novela, publicada en dos partes en 1605 y 1615, habla de un hidalgo, Alonso Quijano, quien, llevado por una lectura excesiva de libros de caballería, pierde la razón y decide convertirse en caballero andante con el nombre de Don Quijote. Convence a un labriego vecino, Sancho Panza, para que lo acompañe como escudero, y juntos se enfrentarán a una serie de peripecias y encuentros con personajes y elementos que a menudo son interpretados en la mente de Don Quijote como situaciones fantásticas, como por ejemplo el famoso episodio del enfrentamiento contra los gigantes que resultan ser molinos de viento. Todo ello con el propósito de ayudar al débil e impulsado por la devoción hacia su amada Dulcinea del Toboso (una labriega llamada Aldonza que apenas conocía).
La novela nació principalmente como una obra satírica, en la que Cervantes aprovechó para burlarse de la literatura de caballería de la época. Sin embargo, tal es su complejidad y extensión que en ella es posible hallar todo tipo de interpretaciones. Cervantes, movido por un sentimiento humanista y una cierta melancolía, usa la sátira para criticar la sociedad de su época, caracterizada por la ambición y falta de escrúpulos manifestada en algunos personajes que chocan con el idealismo del Quijote. Su delirio se transforma por tanto en un acto de rebelión contra una realidad que Cervantes consideraba injusta.
Nuestro personaje español por excelencia, el inmortal don Quijote, se ha convertido en una figura atemporal que resuena en nuestra conciencia colectiva. Nos sirve para recordar la importancia de la imaginación y la búsqueda constante de valores firmes y atemporales como la justicia y la verdad, en un mundo complejo y cambiante.
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